«La historia de su vida –como investigadora, ganadora del Premio Nobel y pensadora en el campo de las políticas públicas– conecta la epopeya de la CRISPR con hilos históricos mayores, incluido el del papel de las mujeres en la ciencia. Su trabajo también ilustra, como lo hizo el de Leonardo da Vinci, que la clave de la innovación es enlazar la curiosidad por la ciencia fundamental con el trabajo más práctico de idear herramientas que se puedan emplear en nuestra vida, esos descubrimientos transformadores que van de la mesa del laboratorio directos al jardín de casa.»
Jennifer Doudna no tiene el marketing del que gozan algunos de los biografiados por Isaacson hasta la fecha –como Steve Jobs o Leonardo da Vinci, entre otros–, pero su trabajo demuestra la importancia que los científicos tienen en nuestras vidas y, acaso más importante, la importancia que tienen las científicas, sin duda un colectivo históricamente silenciado, apartado e incluso vejado por sus colegas.
«La curiosidad es la característica fundamental de todas las personas que me han fascinado, desde Benjamin Franklin y Albert Einstein hasta Steve Jobs y Leonardo da Vinci. La curiosidad impulso a James Watson y al grupo de los fagos, que querían comprender los virus que atacaban a las bacterias; y al estudiante de doctorado Francisco Mojica, que estaba intrigado por esas secuencias repetidas y agrupadas de ADN, y a Jennifer Doudna, que quiso comprender por qué la dormilona se repliega cuando la tocas. Y puede que sea ese instinto –la curiosidad, la simple curiosidad– lo que nos salve.»
Jennifer Doudna ganó -junto a Emmanuelle Charpentier- el Premio Nobel de Química en 2020 por el descubrimiento de una técnica fácil de usar para modificar el ADN: el CRISPR. Esta técnica de edición genética ha revolucionado el mundo de la biología y ha permitido que se abra la esperanza de erradicar enfermedades hasta ahora insuperables. En otras palabras, Doudna ha descubierto los mecanismos de la vida.
«Se trata de una historia entrecruzada por una serie de grandes preguntas, desde los orígenes de la vida hasta el futuro de la especie humana, la cual comienza con una estudiante de sexto grado a quien le encantaba buscar plantas “Dormilonas” y otros fenómenos fascinantes entre las rocas volcánicas de Hawái, y que un día, al llegar a casa del colegio, encontró sobre su cama un libro de detectives que intentaban descubrir lo que denominaban, no de forma muy exagerada, “el secreto de la vida”.»
En su juventud, Walter Isaacson quiso ser bioquímico. Su padre le regaló un ejemplar de La doble hélice , de James Watson, que le entusiasmó y que le hizo comprender que los científicos son, en el fondo, una especie de detectives que investigan no en la calle, sino en el laboratorio. Aunque acabó convertido en escritor, Isaacson nunca perdió de vista el mundo de la biología y eso le permitió entender que el descubrimiento de Doudna tenía la misma relevancia que la teoría de la relatividad y la física cuántica de Albert Einstein, y que el desarrollo en la segunda mitad del siglo XX de una tecnología informática que convertía en computacional cualquier proceso de naturaleza lógica. El control de los códigos genéticos es la tercera gran revolución de nuestro tiempo y cambiará para siempre el modo que tenemos de ver la vida.
«La invención de la CRISPR y la epidemia de COVID-19 vienen a acelerar la transición hacia la tercera gran revolución de los tiempos modernos. Este conjunto de revoluciones ha tenido como desencadenante el descubrimiento sucesivo de los tres núcleos fundamentales de nuestra existencia (el átomo, el bit y el gen), siguiendo una cadena que se puso en marcha hace ya un siglo.»
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