Un deleite visual y coreográfico ofreció la Compañía Nacional de Danza con la obra Giselle

Cultura

Un auténtico märchen convertido en realidad resultó el ballet Giselle, que presentó la Compañía Nacional de Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), la noche del domingo en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, como un homenaje a la bailarina cubana Alicia Alonso (1920-2019), con motivo del centenario de su nacimiento.Basada en un libreto del poeta francés Théophile Gautier y Vernoy de Saint-Georges, Giselle es más que una historia para niñas, niños y adolescentes; se trata de un verdadero deleite visual, musical y coreográfico de la clásica historia de amor entre un apuesto caballero y una doncella virtuosa.
Con música en vivo interpretada por la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, bajo la conducción de Jonas Alber, Giselle retoma leyendas de la Europa occidental y las combina con elementos de la literatura romántica, al estilo del propio Gautier, Víctor Hugo, Lord Byron y Nerval, entre muchos otros autores que no se negaron a mostrar sus sentimientos más escondidos en cada una de las páginas que ya se han vuelto inmortales.
En Giselle se desarrollan diversas situaciones y emociones, hay desde odio y amor, hasta escenas de ultratumba que en muchos aspectos recuerdan los relatos de novela gótica, enriquecida por Mathew Gregory Louis, Anne Radcliff, Horace Walpole y William Beckford, por mencionar algunos autores.
En apariencia, la historia de Giselle es común a la de todas las campesinas jóvenes que se enamoran perdidamente de un joven caballero de noble nacimiento. Detrás de ellos se esconde un guardabosque que, aunque también joven y apuesto, es rechazado por Giselle, lo cual conduce a evitar la relación entre ambos.
Tras una serie de malentendidos y dudas, la joven Giselle muere, no sin antes caer en una desenfrenada desesperación que la conduce a la locura. El ballet llega a su punto más álgido en la primera parte de esta obra que puede ser disfrutada por todo tipo de púbico.
Los bailarines que interpretaron a esta pareja fueron Alna Elisa Mena y Rafael Quenedit, integrante del Ballet Nacional de Cuba; y el guardabosque estuvo a cargo de Antón Jorosmanov. Los tres, no está de menos decir, estuvieron magníficos en sus ejecuciones.
Al igual que sucede en El Quijote, la segunda parte de Giselle posiblemente sea la más emocionante y espectacular de toda la coreografía. Hay una sola escenografía, pero basta para adentrarse en la penumbra de los cementerios, acorde con el espíritu romántico alemán, inglés y francés, el cual estuvo en boga durante casi todo el siglo XIX en Europa y que ha legado un sinfín de obras perdurables.
El joven prometido no acepta la idea de haber perdido a su amada y decide visitar su tumba, sin temor a unos espíritus femeninos que obligan a los hombres a bailar desde medianoche hasta el amanecer, haciendo que fallezcan de cansancio.
Así fue la muerte del guardabosque que, a pesar de haber ocasionado el fallecimiento de la protagonista, aún la extrañaba; mientras Albrecht, el prometido de Giselle, estuvo a punto de correr con la misma suerte, pero es ella misma quien baila con él hasta el amanecer para así reencontrarse más allá de los muros del sueño.
El final es apoteótico, desafiante y desgarrador, como si el espectador estuviera leyendo un cuento del siglo XX escrito por la mano de un ser dominado por la divinidad de la locura.
El ballet Giselle se presentará en su última función el martes 3 de marzo a las 20:00 horas en la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes, dedicada a la memoria de la bailarina cubana Alicia Alonso.