SIN FE EN ERRATAS: Los nuevos enemigos de AMLO…

Deporte

Carlos Gálvez
Sin tratar de revivir las discusiones polémicas y ociosas de la pasada campaña presidencial, se podría decir a grosso modo, que la honestidad, la austeridad y la justicia social, fueron algunas de las banderas enarboladas por el hoy presidente de la República, con las que día a día se está construyendo el nuevo proyecto de nación planteado por la entrante administración.
La austeridad; como sello particular del gobierno, comenzó a cimbrar (y lo sigue haciendo) las raíces del gran aparato burocrático que se había venido construyendo en los últimos años; reestructuras, eliminación de áreas, reducción tajante de hasta el 70% del personal de confianza y honorarios, desaparición de las Delegaciones Federales, cancelación de seguros de separación, de gastos médicos, horas extras, choferes, autos, entre otras más, han generado una gran incertidumbre en el gremio, que hasta el último registro y según el INEGI, estaba integrado por aproximadamente 1,567,000 trabajadores.
Cada decisión y política pública que ejecuta nuestro presidente, tiene alcances y consecuencias que a la postre se traducirán en la creación o no, de “valores públicos intangibles” como son: la confianza, legitimidad, transparencia, compromiso, etc., y curiosamente los encargados de generar ese valor público, son los propios trabajadores de las Dependencias del Gobierno Federal a los que hoy AMLO tiene en la zozobra laboral.
Si bien es cierto que a la fecha, no conocemos realmente el impacto que tendrán estas medidas de austeridad, sí podemos realizar estimaciones sobre el comportamiento de la Administración Pública Federal en los próximos años, de las cuales advertimos que: la reducción no necesariamente se traduce en eficiencia ni eficacia, eliminar áreas y plazas sin un previo diagnóstico puede generar embudos de incapacidad técnica para resolver problemas, priorizar las plazas de base (mínimo nivel de decisión) sobre las de confianza (altos niveles de decisión) y honorarios (especialización), no contribuye a la profesionalización del servicio público.
El gobierno y su estructura necesitan reorganizarse mejor, eso es indudable, pues con la composición tal cual como estaba, no se había logrado establecer esa comunicación bidireccional entre gobernantes y gobernados, que nos acercara a la gobernanza colaborativa tan anhelada en los sistemas democráticos que aspiran a consolidarse como tal, por lo que al momento, no se puede evaluar si las acciones tomadas fueron las correctas o tendrán repercusiones todavía más negativas.
Sin embargo; en la teoría política es bien sabido que el ejercicio del poder implica en sí mismo, un desgaste natural de los atributos, expectativas y valores ideológicos adjudicados a los representantes elegidos, este desgaste se está comenzando a dar por lo menos con el personal que trabaja en el sector público federal, pues a pesar de que los funcionarios públicos se deben a la población y al “bien común”, independientemente del color o partido que encabece la administración, en el ámbito personal se ven vulnerados en sus derechos y en sus finanzas, lo cual genera un descontento natural contra aquél que haya sido el causante de tal situación.
Andrés Manuel, se ha hecho así de nuevos enemigos políticos, que por cierto son poderosos por su número y por las actividades que realizan, es decir, no solo es el descontento del recurso humano que conforma la Administración Pública Federal (enemigo directo) sino es el propio sistema burocrático que se le puede venir en su contra debido a un mal funcionamiento (enemigo indirecto).
Si bien a la vista de la población, la austeridad en la administración pública ha sido ampliamente aplaudida, debido a que asocian la burocracia con corrupción, ineficiencia, tramitología, incapacidad, nepotismo y cuantos calificativos negativos se les ocurra, dicha percepción puede empeorar si a lo largo del sexenio se enfrentan a un aparato burocrático todavía más inoperante, limitado en sus recursos materiales y humanos, lo que automáticamente mermaría en la imagen de Andrés Manuel y de su proyecto ideológico.
Felipe Calderón en su momento, comenzó una lucha encarnizada contra los sindicatos considerados de izquierda de las empresas productivas del Estado, culminando con la desaparición de Luz y Fuerza del Centro, situación que llevó al sindicalismo gubernamental a ceñirse electoralmente a la tradición priista, que entre otras cosas propició la debacle electoral del PAN y el posterior retorno del PRI al poder.
En su momento Peña Nieto a través de su reforma educativa, se hizo de enemigos al sector magisterial, conformado por más de un millón de agremiados, el resultado fue una desbandada y apoyo incondicional, incluso del sindicalismo oficial que se encontraba alineado con el entonces gobierno federal hacia el hoy presidente en funciones.
En su momento AMLO entendió el costo político de las acciones de sus predecesores, tan es así, que recientemente se aprobó una nueva reforma educativa, por lo que resulta contradictoria su postura ante los trabajadores al servicio del Estado, nuestro presidente no solo se ha echado encima al gremio de burócratas, sino que a toda una súper estructura, por lo que deberá entender que no puede generar bienes intangibles de valor público, si el sistema que opera dichos bienes es ineficiente o está imposibilitado material y humanamente, la burocracia como sistema puede convertirse en el peor enemigo de AMLO, puede ser ese caballo de Troya invisible, que destruya desde dentro de la organización, la idea de un mejor país.