Shinzaburo Takeda, maestro entre dos mundos

Cultura

Desde el realismo casi fotográfico de Israel Nazario hasta las composiciones más abstractas de Fulgencio Lazo –pasando por misteriosas y oníricas obras de Francisco López Monterrosa, Ixrael Montes, Saúl Castro y Rolando Rojas– figuran en la colectiva El maestro y sus discípulos, un auténtico crisol de perspectivas y expresiones en técnicas y formatos diversos.

La muestra –que ocupará la Sala Gilberto Aceves Navarro de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) hasta el viernes 19 de julio– representa el legado vivo del artista de origen japonés Shinzaburo Takeda, al reunir algunas de sus piezas y otras de creadores oaxaqueños formados bajo su tutela y convertidos en figuras notables de la plástica en México.

Iván Bautista e Irving Herrera completan el grupo de expositores, quienes –guiados por Takeda– revelan su sensibilidad e intereses particulares, en una propuesta que significa un fragmento apenas de la huella que el maestro ha dejado en Oaxaca, en imaginarios que abren un diálogo entre los autores y sus raíces –indígena u oriental– valiéndose del dibujo, el grabado y otros vehículos expresivos.

Nazario sintetiza este esfuerzo con una litografía que evoca un lecho estepario, reminiscencia paisajista en tonos ocres en la que descansa un árbol y sus ramajes sobre un celaje profundo y denso; en contraste, el grabado Centauro, de López Monterrosa, interpreta una de las más conocidas criaturas de la mitología griega en la figura de una cebra de estilo surrealista, ofreciendo una vista impactante y única del trabajo del juchiteco.

En una litografía sin título, Takeda plasma un paisaje verde con un monte colmado de vegetación donde reposan dos burros que miran al espectador; la pieza conjuga elementos plásticos de la cultura mexicana y el trazo evocador del paisajismo oriental, mientras que un grabado en metal interpreta a tres mujeres de mirada ávida ataviadas con aves y vestimenta color ladrillo.

La idea es difundir parte de la producción del autor japonés, así como de algunos discípulos en el camino de descubrir su vocación, además de ofrecer una vista a la herencia plástica de un personaje que ama México, donde “nació y creció su espíritu” y al que ha dado rostro, fascinado por la cultura, los paisajes y los habitantes del país.

La riqueza de ese legado se refleja con elocuencia en un registro breve que, sin embargo, permite descubrir la variedad de mundos que emanan del arte oaxaqueño. El tutelaje de Takeda no dicta ni la técnica ni el estilo de sus discípulos, a quienes está unido por la experiencia común de participar “en un diálogo intercultural que –con batuta diestra y mano generosa– ha sabido conducir”, sostiene el investigador de la Universidad de Washington doctor Lauro Flores en la hoja de sala.

Nacido en 1935 en la ciudad japonesa de Seto, Takeda se desempeña como mentor en el país desde hace más de cuatro décadas; interesado en el arte nacional postrevolucionario, en 1963 llegó a la capital para aprender pintura mural bajo la dirección de Luis Nishizawa y Armando Carmona, y más tarde se estableció en Oaxaca, donde ha ejercido desde 1978 la docencia en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Autónoma Benito Juárez.