México y el Síndrome de Doña Florinda

Deporte

Sergio Ricardo Hernández Mancilla *

La clase media se está quedando atrás en la lucha por sus derechos y la exigencia de políticas públicas que garanticen su desarrollo, estabilidad y crecimiento, no sólo durante la actual crisis, sino desde el inicio del sexenio de López Obrador y los cambios que trajo consigo.

En el discurso político estás más bien fuera de órbita; mucho se menciona y se habla sobre ella, pero en la realidad el presidente, quien marca la agenda, ha ejecutado bien su estrategia de crear dos bandos bien definidos en los que clase media es una figura de medio pelo. Mafia del poder y pueblo bueno; fifís y chairos; liberales y conservadores; ricos y pobres.

Y a la clase media se le llama cuando se le necesita, pero está lejos de ser un jugador titular.

En la política pública está desdibujada y carecen de voceros u organizaciones sólidas que intervengan para defender sus intereses.

Las grandes industrias y empresas tienen sus propios mecanismos de comunicación, cabildeo y negociación.

La base de la pirámide, los más pobres, son el centro de apoyo y población objetivo de toda política oficialista.

Y la clase media, nuevamente, se encuentra en un limbo que a veces parece ser representado por los organismos empresariales, otras tantas por una que otra propuesta de los partidos de oposición, y veces llegan a ser tocados por la mano obradorista.

Todos les coquetean de vez en cuando, entendiendo bien el valor electoral que representan, pero en realidad han ganado pocas batallas.

Es común ver que en los estudios de opinión los entrevistados se autodefinan clase media, sin serlo de acuerdo con los indicadores que la definen técnicamente.

Al pobre no tan pobre le cuesta reconocer sus carencias: “¿Jodido yo? ¡No! Jodido mi vecino.”  Al rico no tan rico le resulta incómodo reconocer sus privilegios, y en un gesto de humildad forzado se autodefine clasemediero.

Pero en la práctica, en el día a día, una parte importante de ese sector aparentemente abandonado e incómodo ha asumido una postura que deja entrever una especie de esquizofrenia socioeconómica que –basada en modelos aspiracionales y como  muestra de rechazo al discurso polarizador oficialista—la ha llevado a defender con mayor fuerza los privilegios de los que están arriba de ellos en la pirámide económica, mostrando una conducta que el escritor argentino Rafael Ton describió y el expresidente ecuatoriano Rafael Correa popularizó: el Síndrome de Doña Florinda.

Doña Florinda es, quizá, ligeramente más adinerada que el resto de la vecindad. No obstante, se identifica más con el estilo de vida del Señor Barriga y el Profesor Jirafales que con el de sus vecinos, sumamente más similares por su capacidad adquisitiva.

De la misma forma, buena parte de la clase media pareciera estar más interesada en defender y proteger las condiciones y privilegios del estrato socioeconómico que ellos soportan.

Doña Florinda ve a sus vecinos hacia abajo, menosprecia el trabajo de los demás y le enseña a su hijo a alejarse de la chusma.

De la misma manera, miles de familias se han hecho a la idea de que son más fifís que chairos, y han creído la ilusión que los pobres son pobres porque quieren y para salir adelante hace falta despertarse más temprano y trabajar más. Premisa totalmente falsa en un país donde no existe la meritocracia ni movilidad social, donde 7 de cada 10 mexicanos que nacen pobres están condenados a morir en la misma situación.

Doña Florinda sueña con gozar un estilo de vida que no tendrá, siempre lista con tubos en el pelo para moldear el peinado, como dispuesta a ir un evento que nunca llega, de la misma manera que gran parte de la clase media está lista para proteger un estilo de vida que probablemente no llegue, preocupada por la oportunidad de tener privilegios que muy difícilmente podrán costear.

La agenda que debería importarle a ese sector se pierde defendiendo derechos que nunca les han beneficiado y menospreciando programas a los que sí es probable que algún día tengan que recurrir. Muestra del individualismo sobre lo colectivo y los anhelos sobre las realidades.

Tal vez lo que le hace falta es dejar de pensar tanto en la tan temida llegada del comunismo al país y exigir leyes y políticas que pongan el piso parejo y garanticen igualdad de oportunidades para todos.

Preocuparse menos en el riesgo de fuga de capitales las grandes empresas que navegan con bandera de generadoras de empleos (ellas saben defenderse solas) y empezar a pensar en un sistema de protección social universal, de calidad y seguridad en el mercado laboral.

Hace falta entender que los desempleados y trabajadores informales no están ahí por flojos y empezar a pedir con más fuerza mejoras en los mecanismos de inclusión financiera, educación pública de calidad, políticas sociales sin clientelismo y combate a la discriminación laboral (y en todas sus formas).

Alguna vez escuché a alguien decir: la clase media mexicana vive contando historias de cómo su abuelo era rico, pero por alguna razón sus hijos perdieron la fortuna.

Deberíamos ubicarnos en nuestra realidad, enfocarnos más en la construcción de nuestro futuro que en el romanticismo de las historias familiares y lo que pudo haber sido.

Para los partidos hay tierra fértil hacia 2021. Para la sociedad hay todavía una agenda fuerte por la que se debe luchar.

(*) Politólogo y consultor político. Socio de El Instituto, Comunicación Estratégica. Desde hace 10 años ha asesorado a gobiernos, partidos y candidatos en américa latina.

Twitter: @SergioRicardoHM