Los nuevos representantes del muralismo mexicano enriquecieron la colección del Palacio de Bellas Artes

Cultura

Al igual que Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, los pintores Rufino Tamayo y Jorge González Camarena también dejaron su huella en los muros del Palacio de Bellas Artes, a quienes se solicitó realizar obra ex profeso para el recinto. Su obra, alejada de la Escuela Mexicana de Pintura, expresa con un nuevo lenguaje plástico su visión particular sobre la historia, la identidad nacional y el México contemporáneo.
Junto con los frescos de Roberto Montenegro y Manuel Rodríguez Lozano, realizados en otros espacios y que años después fueron trasladados al PBA como parte de un programa de conservación y preservación del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), la obra de estos cuatro artistas complementa el corpus de 17 murales del recinto.
De este modo, a la obra de Rivera, Orozco y Siqueiros, que conforma la primera etapa muralista del Palacio, se suma la de Tamayo, González Camarena, Montenegro y Rodríguez Lozano, que representa las nuevas tendencias artísticas de mediados del siglo XX y la revolución que se gestó en el arte mexicano.
Así, el Palacio de Bellas Artes, que celebra su 85 aniversario, se ha convertido en un referente clave del movimiento muralista mexicano con una colección realizada entre 1928 y 1963, que da cuenta de sus distintas etapas, estilos, técnicas y lenguajes artísticos.
Nacimiento de nuestra nacionalidad y México de hoy
Rufino Tamayo realizó dos pinturas murales en el Palacio de Bellas Artes, en los muros oriente y poniente del segundo piso para ser apreciados desde el vestíbulo monumental, a solicitud de Carlos Chávez y Fernando Gamboa, director y subdirector del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, respectivamente.
El artista oaxaqueño pintó dos temas conexos alejados de la narrativa de la Escuela Mexicana de Pintura: Nacimiento de nuestra nacionalidad (1952) y México de hoy (1953). Las dos obras tienen su origen en el discurso artístico internacional y constituyen una exploración de la conquista de México y el mestizaje contemporáneo.
La primera de sus obras se centra en la figura de un español a caballo, quien pisotea a la civilización indígena. En medio de este paisaje en ruinas yace la madre que da a luz a las crías de una nación mestiza. Tamayo representa el nacimiento de la nacionalidad mexicana como una conquista violenta del cuerpo indígena feminizado.
El segundo mural, México de hoy, está dividido en tres registros visuales, con un sombreado sutil alusivo a los colores verde, blanco y rojo. En el centro Tamayo pinta al mexicano moderno sobre un marco arquitectónico que es templo griego y pirámide azteca a la vez. A su izquierda se aprecian las ruinas de la civilización mesoamericana y, a la derecha, una ciudad moderna. En esta figura, el artista oaxaqueño refleja una dualidad carente de reconciliación y la confusión del mestizo moderno.
Liberación, de González Camarena
El último mural que se hizo por encargo para el Palacio de Bellas Artes fue realizado en 1963 por Jorge González Camarena titulado La humanidad se libera de la miseria o Liberación, en el que une las temáticas del martirio, la guerra, el fascismo y la lucha nacional.
La composición se divide en tres secciones que plasman una interpretación plástica de la historia de México. La figura central crucificada está flanqueada a su izquierda por un hombre zapatista atado y, a su derecha, una mujer indígena que sostiene una semilla de maíz, símbolo de sabiduría y vida. Su obra retoma el pasado violento de México y lo convierte en metáfora de la lucha de la humanidad en la época de la posguerra.
Obras rescatadas
Otros murales de Rivera, Roberto Montenegro y Manuel Rodríguez Lozano fueron rescatados de edificios afectados por el sismo de 1957 y llevados al Palacio de Bellas Artes. Son imágenes diversas realizadas para sitios radicalmente distintos.
Manuel Rodríguez Lozano pintó La piedad en el desierto (1942) en la prisión de Lecumberri, donde el artista estuvo detenido cuatro meses y medio acusado por el robo de cuatro grabados de Guido Reni y Alberto Durero, que eran parte de la colección de la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la cual era director.
El mismo autor señaló que creó esta inmensa piedad para los desvalidos, a manera de homenaje a la mujer mexicana que sostiene en sus brazos al hijo caído, sin importar el delito que haya cometido y en la que plasma el sufrimiento humano. La obra fue despendida de los muros de la penitenciaría, restaurada y trasladada al Palacio de Bellas Artes en 1967.
En tanto, Roberto Montenegro, artista que se adhirió a las tendencias plásticas europeas de la época, realizó Alegoría del viento o El ángel de la paz (1928), en la que resalta su estilo neoclásico a través de matices únicos que encierran el espíritu del pueblo mexicano. La obra fue pintada en el antiguo Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en la calle de San Ildefonso, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. La obra fue trasladada al Palacio de Bellas Artes en 1965.
Este corpus de murales, algunos de ellos emblemas de la Escuela Mexicana de Pintura y otros, expresión de las nuevas tendencias artísticas de mediados del siglo XX, reflejan la visión particular de los creadores sobre la historia, la identidad, la posguerra y temas más intimistas como el sufrimiento humano, la angustia y la desesperanza.