Kokoro no Kintsugi: el arte como metáfora de sanación

Cultura

La sanación de las heridas y el vacío –con una impronta matérica que muestra la belleza de las cicatrices– propone Masafumi Hosumi, artista japonés que evoca al poeta Rumi, quien creía que las marcas del dolor son puntos por donde entra la luz.

Kokoro no kintsugi: reconstrucción del espíritu exhibe parte del trabajo de quien ha sabido reponerse a las vicisitudes de la vida, mostrándose al mundo en su totalidad y lejos de la imperturbabilidad.

Esta muestra –que permanecerá hasta el próximo 5 de marzo en la Sala Gilberto Aceves Navarro de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)– plantea una metáfora de las grietas abiertas en el corazón, el espíritu y el alma de cada ser humano al relacionarse con la vida y enfrentarse al orbe.

En sus procesos artístico y personal, el autor abreva de la antigua tradición japonesa denominada kintsugi, una técnica de restauración de fracturas en cerámica mediante resina de oro, plata o algún otro metal, aunque esta idea, contraria a la cultura de lo desechable, tiene más de un sentido.

De manera simbólica, esta práctica conlleva una filosofía según la cual las roturas y restauraciones son parte de la historia y la identidad de un objeto o un ser, por lo que deben exhibirse y no ocultarse para dar cuenta de lo invisible y del decurso de su existencia.

La hoja de sala documenta que la palabra japonesa kokoro integra mente, espíritu, alma y corazón, unificándolos en un concepto amplio que borra las fronteras, contrario al pensamiento occidental, que los aísla y define por sus diferencias.

La instalación presenta 12 piezas que han sido reparadas como parte del trabajo creativo, en el que se yuxtaponen materiales, texturas, dimensiones y volúmenes, en un crisol de posibilidades estéticas y visuales. Cada composición se basa en la noción de paisaje, entendido no como naturaleza o territorio, sino como una construcción humana que busca reflejar un estado mental, emocional y espiritual, es decir, kokoro significa la relación del sujeto con su espacio interior, corporeizado en pequeñas esculturas.

Las obras fueron elaboradas en madera y desechos de laja unidos con kintsugi, así como en piedra, metal, ónix, mármol, acrílico, cuarzo y otras materias primas que permitieron la talla de esculturas en mediano formato. En Raíz de mi gran árbol, un tronco intervenido en su centro por una delgada hoja, la resina rellena surcos para mostrar los fragmentos faltantes.

Diez mandamientos para mi alma, una losa tallada con inscripciones en la superficie y partida en dos, es unida en el centro con resina y metal para revelar la fragilidad de la piedra. Este ejercicio artístico habla de la condición humana y el dolor, pero también de la resiliencia, que de acuerdo con el escultor –miembro del Sistema Nacional de Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes– abre posibilidad al arte: aquella erigida sobre las ruinas.