Juan Soriano, l’enfant terrible, creador de una obra cambiante entre el realismo y el romanticismo

Cultura

El Mozart de la pintura y el niño eterno (l’enfant terrible), es como han calificado amigos, familiares y artistas de los más diversos géneros, así como la crítica especializada, al artista plástico jalisciense Juan Soriano, quien creó su propio lenguaje entre el realismo y el romanticismo, con lo que dejó una profunda huella en la pintura y la escultura.

Artista en todo el sentido de la palabra, nació el 18 de agosto de hace 99 años en Guadalajara, Jalisco. Desde muy joven demostró un talento innato que lo llevó en poco tiempo a ser reconocido en varias ciudades del mundo.

Pintor, escultor, ilustrador, maestro, escritor, escenógrafo y diseñador de vestuario, Juan Soriano fue bautizado con el nombre de Juan Francisco Rodríguez Montoya. Desde su infancia mostró dotes de artista, por lo que fue llamado el Mozart de la pintura. Jesús Reyes Ferreira lo introdujo al arte mexicano precolombino y colonial, así como al arte extranjero, y encontró en la corriente abstracta un cauce próximo a su temperamento.

En 1934 participó por primera vez, a los 14 años de edad, en una exposición colectiva en el Museo de Guadalajara, con lo que llamó la atención de artistas como María Izquierdo y José Chávez Morado, además de la fotógrafa Lola Álvarez Bravo, quienes lo alentaron para viajar a la Ciudad de México, donde llegó en 1935 y entabló de inmediato un diálogo artístico y personal con Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y otros miembros de la vanguardia.

En 1937 ingresó a la Escuela Nocturna de Arte para Obreros y a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). Ahí se relacionó con miembros de la intelectualidad, como Rafael Solana, Salvador Novo y Xavier Villaurrutia. Durante esa época comenzó su actividad como escenógrafo y diseñador de vestuario en el grupo de teatro Poesía en Voz Alta, al lado de Octavio Paz y Juan José Arreola, entre otros artistas.

Posteriormente, impartió clases en la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. A mediados de los años cuarenta del siglo pasado realizó una primera exposición internacional en Nueva York. Una década después viajó por Europa, donde visitó Roma y Creta. A partir de 1975 comenzó a vivir entre México y París e incursionó en la creación de esculturas monumentales.

A lo largo de su trayectoria, Soriano manifestó interés en las artes populares e indígenas, así como en el cubismo, el expresionismo alemán y el fauvismo, además de sentirse atraído por la obra de artistas parisinos de la posguerra. En sus constantes viajes a Europa se vinculó, además, con la imaginación de los surrealistas.

Artista productor por el INBAL

Si bien todos estos elementos formaron parte del desarrollo artístico de Juan Soriano durante dos décadas, no se le ubica en alguna corriente, más bien, de acuerdo con los expertos, Juan Soriano creó su propio lenguaje, muy particular, entre el realismo y el romanticismo, que dejó como huella indeleble en su pintura y escultura.

Desde 1946 su obra y trayectoria comenzó a ser reconocida y galardonada. Ese año recibió el Premio Constancia Especial de Mérito; tres veces el Premio de Adquisición del Salón de la Plástica Mexicana y otras tres fue designado Artista productor por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).

Dos veces obtuvo la Medalla Orozco de Guadalajara; en 1987 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes y en 2005 el INBAL le concedió la Medalla de Oro de Bellas Artes. Recibió también distinciones en España, Francia, Polonia y otros países.

Siempre cercano al INBAL, en 1959 celebró sus 25 años como artista con una magna exposición en el Museo de Arte Moderno y en 1966 presentó su primera gran exposición escultórica en el Palacio de Bellas Artes. Soriano falleció en la Ciudad de México el 10 de febrero de 2006. Contaba con 86 años de edad. Con su muerte se iba “el último de los grandes pintores mexicanos”, consideraron especialistas.

Octavio Paz se refirió a él así: “Pocos pintores mexicanos provocan en mí la diversidad de respuestas que la obra, a un tiempo cambiante y fiel a sí misma, de Juan Soriano. En dos ocasiones, en 1941 y en 1953, he tratado de fijar, en unas cuantas palabras apresuradas, su imagen. La pintura de Soriano (la de hoy como la de ayer) es tradicional en un sentido muy distinto al del mero regreso a las formas y procedimientos del pasado. Lo que se propone el pintor, sirviéndose de todos los medios a su alcance, es una exploración de los orígenes”.

Carlos Fuentes también escribió: “En el centro del arte de Juan Soriano hay un misterio que todos los que gozamos de su pintura somos corresponsables de ese enigma. Ni él solo ni nosotros solos podemos mantener la vida del misterio: es el misterio de la aurora”.

Y el pintor Carlos Mérida decía: “El arte de Soriano, interesante en grado sumo en nuestro medio, por lo sui generis, llega ya a una maestría consumada no sólo por lo que al oficio se relaciona, sino, y esto es lo importante, por el aliento creativo que lleva en sí y por la dosis de inefable lirismo de que está lleno. Soriano, por su talento, por su finura espiritual, por su don divino, es una voz de poesía en el campo de las artes plásticas de México”.

Luis Cardoza y Aragón le dedicó estas líneas: “Juan Soriano, después de 1950, salta de lo figurativo a lo no figurativo y no vuelve a su punto de partida y se marcha otra vez. Pinta sin preocuparse por nada extraño a su expresión. Su obra es una presencia de su libertad. El tema es la pintura misma: no le concierne lo que estima ajeno a lo específico de la pintura. Su vida interior, que supone desligada de lo circundante y de las circunstancias, impera en su obra, rica de inquietud y opuesta a todo criterio nacionalista y aleccionador, a lo que llama, para explicarse, literario: la emoción le apasiona”.

A todo ello Juan Soriano reflexionaba: María Zambrano ha escrito páginas muy hermosas sobre mi trabajo, como las que han escrito Octavio Paz o Diego de Mesa. Yo las leo y me digo: “Creo que exageran, ¡ojalá y fuera cierto!”. Pero es que son grandes pensadores, lo que hacen es embellecer el objeto de estudio, darle una forma tan hermosa que entonces parece nuevo”.

Y sobre la finalidad del arte, comentó en una ocasión el artista jalisciense: “No se puede decir que el arte te va a servir para hacer, con ciertas reglas, política, filosofía o química. No. El arte tiene todo esto, pero combinado, es un conjunto, es el hombre: el hombre que sufre, piensa, teme, imagina, y todo esto lo conjuga; por eso, el arte puede abarcarlo todo, porque no es, en sí, moral o inmoral, político o apolítico: lo es todo”.