El teatro mexicano está en deuda con Esther Seligson

Cultura

Esther Seligson empezó a publicar a los 24 años de edad en la revista Cuadernos del viento. En 1969, apareció su primer libro de cuento Tras la ventana de un árbol. Su obra se caracteriza por ser inclasificable, como un híbrido en el que se mezclan la poesía y la filosofía, el ensayo y el relato. Deconstruyó formas, mitos y lenguaje; su poética responde a esa combinación de géneros. El 25 de octubre se cumplen 78 años de su nacimiento.
Seligson (Ciudad de México, 25 de octubre, 1941– 8 de febrero, 2010), escritora nacida en el seno de una familia judía ortodoxa, fue una mujer apasionada de los viajes, la literatura, el teatro, los mitos y el conocimiento.
Entre sus principales obras, una veintena aproximadamente, están Luz de dos (1978), Diálogos con el cuerpo y La morada en el tiempo (1981), Isomorfismos (1991), Hebras (1996), Rescoldos (2000), A campo traviesa (2005), Toda la luz (2006) y Todo aquí es polvo (post mortem, 2010). El Fondo de Cultura Económica reunió su obra durante los años 2005-2010.
En 1973 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por su novela Otros son los sueños y en 1978 el Premio Magda Donato por Luz de dos. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores y traductora de autores como Edmond Jabés y Emil M. Cioran.
Otra de sus pasiones fue el teatro, al que dedicó 25 años de docencia en el Centro Universitario de Teatro (CUT) y publicó reseñas y ensayos. En 1990 sacó a luz el libro El teatro, festín efímero (Reflexiones y testimonios), una compilación de textos y entrevistas a los directores, dramaturgos y actores de una de las épocas más prolíficas de la escena mexicana.
“Hoy, a la distancia, el teatro mexicano está en deuda con Esther Seligson —escribió Vicente Leñero—. […] sobre todo por la incisiva puntería con la que enfocó las realidades de nuestro teatro. Su aportación no se mide en número de artículos ni en cantidad de páginas, sino en la inteligencia, el sentido común y la justeza de sus criterios”.
Estudió en un colegio hebreo semiortodoxo y en su adolescencia quiso ser bailarina, pero su madre se opuso tenazmente. Decidió entrar a la Facultad de Ciencias Químicas, pero finalmente cursó las carreras de Letras Hispánicas y Letras Francesas en la UNAM. Posteriormente salió del país para estudiar la cultura de su pueblo en el Centre Universitaire d’Ètudes Juives en París y en el Mahon Pardes de Jerusalén.
Se consideró condenada a la extranjería: Jerusalén, Tíbet, París, Praga, Lisboa, Toledo y el sur de India fueron puntos cardinales en el itinerario de su vida. En España recuperó gran parte de su identidad judía, mientras que en el Tíbet se reincorporó “a la androginia cósmica más allá de pertenencias a pueblo, tradición o cultura alguna”, aseveró en algún momento.
Durante dos años estudió la Cábala en Jerusalén. Y aunque esta experiencia la marcó, no definía su literatura como judía, porque en ella había también elementos de la mitología griega, hinduismo y taoísmo. Se declaraba lectora apasionada del I Ching, textos sufistas y de otras muchas tradiciones espirituales.
“No sólo se apasionó por la Cábala, sabía mucho de Tarot y astrología. Tenía una variopinta colección de amigos con quienes compartía sus búsquedas y hallazgos”, anota José Gordon.
El 25 de octubre de 2016, en la conmemoración de sus 75 años se le realizó un homenaje en el Palacio de Bellas Artes del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).