Con la revuelta de Aguaprieta se acabó el liderazgo de elites y llegó el de las clases medias: Javier Garciadiego

Cultura

Con el título de El triunfo de la revolución moderada, el colegiado Javier Garciadiego dictó la conferencia correspondiente a la cuarta sesión de la XXI Cátedra Internacional de Historia Latinoamericana Friedrich Katz, de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) en colaboración con El Colegio Nacional, el 20 de noviembre, transmitida en vivo por la Casa de estudios.

En su conferencia, el especialista abordó una etapa de 15 años, entre 1920 y 1935, que se podría llamar el periodo de los sonorenses o el de la dinastía sonorense; otros le llaman el periodo de la reconstrucción, que se inició con la revuelta de Aguaprieta y se alargó hasta los primeros meses de la presidencia de Lázaro Cárdenas.

“La revuelta de Aguaprieta da inicio a este nuevo periodo histórico; le sigue la presidencia interina de Adolfo de la Huerta; la presidencia de Obregón; la de Plutarco Elías Calles y el quinto periodo sería el llamado Maximato, que a su vez se divide en la presidencia de Portes Gil, la de Ortiz Rubio, la de Abelardo Rodríguez y comienza con la idea de que los primeros meses de la presidencia de Lázaro podríamos considerarla como parte del periodo del Maximato”, destacó el colegiado.

Antes de abordar cada una de esas etapas posrevolucionarias, Javier Garciadiego reconoció que una de las complejidades de dicho periodo fue que todos los contingentes tuvieron un distinto tipo de liderazgo, de financiamiento, de relaciones con las comunidades vecinas y hasta de estrategias bélicas: diferentes en su conjunto, aunque unificadas en el enemigo común, que era Victoriano Huerta.

“Estos fueron el contingente noreste, encabezado por Carranza; el contingente norte-central, a cargo de Villa; el contingente noroeste, de los sonorenses, de Obregón y sus compañeros, y obviamente el sur-centro de México, el llamado zapatista. Estas fueron las cuatro grandes fuerzas que se opusieron a Huerta.”

Dentro de la reflexión, Garciadiego aseguró que, si bien todo se originó en una lucha contra el antiguo régimen; ahora, la lucha de facciones era entre ejércitos revolucionarios para ver cuál de los proyectos prevalecía: por un lado, se enfrentaron zapatistas y villistas, con el peso fundamental en términos bélicos y financieros en el villismo, y por el otro lado estaban los carrancistas y sonorenses u obregonistas.

“De la tercera subetapa, la presidencia de Carranza, podemos subrayar el carácter paradójico, porque uno hubiese pensado que la etapa de Carranza sería mucho más fácil, más llevadera, pero terminó siendo un periodo muy complicado de 1917 a 1920, al grado de que no pudo concluir el término para el cual fue electo.”

“El problema de la presidencia de Carranza es que no hizo concesiones sociales a los grupos revolucionarios de origen popular: si ya había vencido a zapatistas y a villistas, lo pertinente, lo necesario, era hacer concesiones sociales en ambas regiones, esto es iniciar la reforma agraria en Morelos e, inmediatamente reforma agraria en Chihuahua. Eso hubiera legitimado enormemente la presidencia de Carranza. A Carranza le faltó diseñar bien el asunto sucesorio y hacer concesiones sociales.”

Un cambio estructural

Desde la perspectiva del historiador, la revuelta de Aguaprieta, donde se desconoció la presidencia de Venustiano Carranza, tuvo un papel fundamental en la historia de México: es una nueva etapa de la revolución, en donde el estado revolucionario modifica su naturaleza y lo hace de manera sustantiva.

“Son dos las modificaciones fundamentales, que van a marcar la historia nacional, por lo menos hasta los años 40, además de que deja improntas hasta nuestros días; el liderazgo de la revolución hasta 1920 había sido encabezada por dos miembros de la elite:  Madero, elite económica, y Carranza, elite política del mismo noreste de México. En 1920 se acabó el liderazgo de elites y pasó a manos de las clases medias revolucionarias, en el sentido de que no tenían vínculos con el antiguo régimen, pero eran revolucionarios no radicales.

“El cambio más importante se dio en las bases sociales del nuevo Estado. Madero y Carranza habían tratado de confrontar permanentemente a los grupos populares participantes de la revolución: a partir de esa pequeña revuelta, los grupos populares se integran al Estado posrevolucionario y, a cambio de ceder las armas, van a encontrar puestos políticos, pasan a ser parte del Estado y se les hacen concesiones sociales, como la reforma agraria.”

El historiador realizó un recorrido por diferentes etapas de la posrevolución, como el interinato de Adolfo de la Huerta y las rebeliones que se dieron durante esos años, para detenerse en la aparición de Plutarco Elías Calles, cuya elección como presidente fue muy fácil y contaba con el apoyo de toda la clase política, incluso, de buena parte del ejército, “no por él, sino por Álvaro Obregón.”

“Plutarco nunca fue llamado jefe máximo durante su presidencia, durante la vida de Obregón: él quería construir un estado civil, laico y moderno; quería domeñar a la iglesia católica, poner al Estado por encima de la iglesia. Se ha dicho que la Constitución de 1857 buscaba separar Iglesia y Estado, pero la de 1917 no buscaba la separación, buscaba supeditar a la iglesia por debajo del Estado.”

El recuento histórico de Javier Garciadiego no podía dejar pasar el asesinato de Álvaro Obregón, ya como presidente electo, para recordar que Elías Calles se cuidó de no ser acusado de beneficiarse de ese hecho, por lo que convenció a los diputados de origen obregonista de que el jefe era él, “los convence de elegir a un presidente interino que sea aceptable para los obregonistas, pero también que tenga cercanía con Elías Calles: la presidencia de Emilio Portes Gil.”

Pero también encontró una solución política: crear un partido que evitara la autodestrucción, porque cada elección conducía a la autodestrucción de un grupo revolucionario; que trajera la unión y la disciplina, enfatizó el miembro de El Colegio Nacional.

“No creo en esa frase de que la infancia es destino, pero sí creo que las instituciones conservan la impronta de su periodo fundacional: se crea el Partido Nacional Revolucionario (PNR), un partido sin origen democrático, no se funda para luchar en contra de un Estado autoritario, sino para conservar el poder, para administrarlo mejor, para distribuirlo de manera unificada, pero exclusivamente entre los miembros selectos de ese grupo”, concluyó Garciadiego.