Comunidades indígenas viven marginadas, sin agua potable, fuentes de trabajo, ni proyectos productivos

Nacional

En su participación en tribuna de la Cámara de Diputados con motivo del 2019, Año Internacional de las Lenguas Indígenas, Delfina Albáñez Arballo, proveniente del pueblo originario Paipai, ubicado en el municipio de Ensenada, Baja California, señaló que su comunidad, como todas las nativas, vive marginada, sin médicos, ni agua potable, ni fuentes de trabajo y ni acceso a proyectos productivos del gobierno.
Indicó que en este 2019 se enfrentan graves problemas, como invasión de tierras y sitios sagrados, “es que el hombre blanco, entre más tiene, más quiere poseer; es una lucha de años; no es de ayer; necesitamos fuentes de trabajo; somos descendencia de los primeros pobladores, y no acceder a lo más elemental es una falta de compromiso de gobiernos que van y vienen, y nosotros seguimos igual”.
La pérdida de la lengua, añadió, sucede por miles de razones. Ante la falta de oportunidades, los jóvenes se marchan a buscar nuevas opciones, y su peregrinar comienza con 100 o 200 kilómetros, al establecerse, su mimetización con los pueblos blancos sucede dejando de hablar y se adecuan a los estándares del pueblo.
Relató que la mayoría logra el sueño de ser profesionista y tienen que quedarse donde puedan ejercer su profesión; muchos regresan de visita, cuando sucede un funeral o alguna reunión que atender; “mientras aquí nos quedamos quienes somos responsables de cuidar nuestra bella tierra”.
Delfina Albáñez afirmó que su comunidad ha sido relegada del desarrollo y de las oportunidades de crear fuentes generadoras de economía hasta esta fecha, pero “hoy se ve con optimismo, la posibilidad de crear una fuente real de desarrollo económico, porque tiene un contrato signado entre la comunidad y la empresa Siemens Gamesa, para construir un parque de generación de energía eólica en nuestras tierras, labor que, sin duda alguna, nos dará oportunidad de contar con una actividad que dará sustento”.
Mencionó que su pueblo, con alrededor de 900 personas, entre personas mayores, adultos, jóvenes y niños, ha sobrevivido gracias a los viejos, quienes nos han enseñado a trabajar las tierras, y todo ha pasado de generación en generación, desde las tradiciones, la medicina, la lengua, la cultura y los cantos para alegrar el alma y despedir a los que se marchan para nunca regresar.
“Somos trabajadores; los hombres, en su mayoría, son jornaleros, vaqueros y empleados; las mujeres, fuertes guerreras que despliegan sus conocimientos en piezas artesanales únicas; con sus manos y el corazón tejen el pino, la palma y el barro para vender cuando alguien visita nuestra comunidad, porque carecemos de lugares especiales en los cuales distribuir el trabajo”.
Además, a pesar del paso de muchas generaciones en lucha, observando y escuchando las promesas de gobiernos que van y vienen y que siguen sin cumplir, y “a pesar de que mi pueblo está declarado como en peligro de extinción, sé que hay un nuevo mañana y que de ahí resurgirán nuestros clanes y volveremos a ser como siempre, gente viva e inteligente”, agregó Albáñez Arballo.