Chambre 212, la mirada de Christophe Honoré

Cultura

Descubierto en Cannes en 2002 con su primera película, Dix-sept fois Cécile Cassard (Seventeen times Cécile Cassard), Christophe Honoré no ha dejado de encadenar proyectos, sea para el teatro o para la gran pantalla. Tras Plaire, Aimer et Courir Vite (Vivir deprisa, amar despacio) en Competición el año pasado, el cineasta regresa con Chambre 212 (On A Magical Night), una reflexión sobre la vida conyugal, presentada en la sección Un Certain Regard.

Cuéntenos la génesis de su película.

Como sucede a menudo, Chambre 212 (On A Magical Night) procede de otra película, no rodada, a penas escrita, pero que es la fuente secreta. Este proyecto lo recibí tras el estreno de Plaire, Aimer et Courir Vite (Vivir deprisa, amar despacio) pero tuve que abandonarlo porque temía que me arrastrara hacia un formato demasiado solemne.  A comienzos de verano, me encontraba a orillas del lago Léman, instalado en el Théâtre de Vidy para ensayar «Les Idoles», un espectáculo que cerraba un proyecto de autoficción en tres entregas. No tenía prisa por hacer una película, me sentía casi liberado por no tener ninguna idea en mente. De repente, una noche, me encontré ante The Awful Truth (La pícara puritana) de Leo McCarey, con Irene Dunne y Cary Grant como esposos infalibles tras su divorcio. Entonces me pregunté cuánto tiempo llevaba en pareja y cuántos cineastas habían ya abordado el tema de la conversación conyugal. Aquella misma noche, me puse a escribir, con impaciencia y felicidad.

 

Díganos algo sobre sus intérpretes.

Pocas veces me he cruzado con actores tan sonrientes y distendidos por las mañanas en los camerinos como durante el rodaje de Chambre 212 (On A Magical Night). Aunque tuviéramos cualquier problema durante el día, nunca tuve la sensación de que preferirían estar en un lugar diferente a ese estudio perdido en la campiña luxemburguesa, en compañía de un director que, por dentro, no dejaba de preguntarse por qué no había tomado la decisión de rodar en decorados naturales. Y no tengo mucha más explicación que esta: estos cuatro actores se cayeron bien. El amor que los actores profesan los unos por los otros es un elemento crucial, precioso y poco común que solemos olvidar. Esta película debe todo a la salud, bondad, ternura, locura y calidez de Vincent Lacoste, Benjamin Biolay, Camille Cottin y Chiara Mastroianni.

 

¿Qué ha aprendido durante la dirección de esta película?

He aprendido que no es tan fácil desviarte de tu trayectoria profesional. Creemos, erróneamente, que si filmamos una secuencia como lo haría otro o que, si le robamos un diálogo, nuestra película se convertirá en una obra deconstruida o, al menos, construida entre varios y que, finalmente, se escapará de nuestro territorio. Pero ese no es el caso. En ocasiones, esto puede conducir a un destino tan deseado como inesperado. Es una alegría darse cuenta de que otros, antes de nosotros, ya trataron de expresar las mismas sensaciones.

 

¿Podría hablarnos de su próximo proyecto?

No tengo ningún proyecto de cine pero, después de Cannes, me voy a unir a un equipo de cantantes. Hace ya algunos días comencé los ensayos de «Tosca», que dirigiré para el Festival de Arte Lírico de Aix en Provence. A continuación, me encargaré de una obra para la Comédie Française, Le Côté de Guermantes (El mundo de Guermantes) de Proust. Alternar los proyectos entre los platós de cine y los escenarios teatrales es fundamental para mis reflexiones sobre mi trabajo como director.