Aborda Eduardo Matos los hechos históricos que subyacen en la narración mítica del origen del pueblo mexica

Cultura

La historia de la humanidad está poblada de narraciones míticas y muchas de estas, contadas por los pueblos para explicar sus orígenes y creencias, surgen a menudo de hechos reales. Un caso paradigmático es el del pueblo mexica, cuyo mito fundacional ha sobrevivido, incluso, a la propia civilización que lo creó, llegando a estar presente en pleno siglo XXI, dentro de la composición del Escudo Nacional de nuestro país.

Así lo comentó el investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eduardo Mayos Moctezuma, al dictar la conferencia Entre Aztlan y Tenochtitlan, en el marco del 43 aniversario del hallazgo del monolito de la diosa Coyolxauhqui, registrado el 21 de febrero de 1978.

El fundador del Proyecto Templo Mayor señaló que al día de hoy, ninguna investigación científica ha dilucidado si Aztlan –el “Lugar de las garzas o de la blancura”– existió realmente o se trata de un punto meramente simbólico.

Lo significativo de la mención de Aztlan, dijo, en documentos históricos como la Tira de la Peregrinación y de la representación de la escena del águila parada sobre un nopal en esculturas como el llamado Teocalli de la Guerra Sagrada, es el mensaje que los mexicas buscaban transmitir: “que antes de la fundación de Tenochtitlan en 1325, hubo toda una historia de la cual ellos mismos fueron protagonistas”.

Agregó que sobre Aztlan hay dos posturas. Una, la de quienes creen que todavía está por descubrirse el sitio que confirme su ubicación al occidente o en el norte del país. La otra, la de aquellos que consideran que Aztlan –punto que las fuentes también relacionan con los nombres de Teoculhuacan o Chicomoztoc– no existió, y que el grupo que llegaría a convertirse en la civilización mexica habitó siempre la Cuenca de México.

Cualquiera que haya sido el hecho real, indudablemente atravesó por un proceso de mitificación. Matos Moctezuma señaló que esto no es exclusivo de los mexicas, ya que todas las sociedades humanas mitifican y engrandecen sus pasados para mantenerlos en el recuerdo de sus habitantes.

Ejemplificó lo anterior con el martirio de Jesucristo, ya que si bien, señaló, existen evidencias que apuntan al martirio de un individuo hace dos milenios a manos de los romanos, el proceso mismo de la crucifixión se transformó paulatinamente en un mito que es recreado continuamente a través de la misa católica.

Los mexicas, subrayó el arqueólogo, probablemente fueron un grupo sujeto al poderío de Tula, hacia la época de mayor apogeo de esta sociedad entre los años 900 y 1000 d.C., dado que ellos mismos refirieron que durante su peregrinación se establecieron temporalmente en Coatepec (“Cerro de la serpiente”), un sitio próximo a la capital tolteca.

En ese lugar, históricamente, debió ocurrir la gran división entre los que consideraban que Coatepec era el punto final de su peregrinaje, y aquellos que aún buscaban un sitio más próspero para establecerse.

Llevada al mito, esta escisión entre dos grupos humanos se plasmó en el combate que las fuerzas de la noche y la oscuridad, representadas por la diosa lunar, Coyolxauhqui, y los 400 surianos, sostuvieron en contra del dios solar, Huitzilopochtli.

Así, el triunfo de este último sobre sus hermanos nocturnos, fue un modo de hacer trascender aquella decisión de continuar su peregrinaje. Posteriormente, cuando los mexicas derrotaron al señorío de Azcapotzalco, aquel que les había permitido establecerse en unos pequeños islotes del lago de Texcoco, el mito habría sido magnificado para dejar en claro que fue Huitzilopochtli, el propio sol, quien había seleccionado ese sitio a la mitad del lago para fundar la gran ciudad de su pueblo.

“En cuanto consiguieron liberarse de Tezozómoc, junto con Texcoco y Tacuba, buscaron dejar atrás su pasado, que habían sido un grupo problemático y a menudo sujeto a otros señoríos, y por ello construyeron una historia gloriosa alrededor de sí mismos”, finalizó.

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