A 41 años de su fallecimiento, el INBAL recuerda a la polifacética artista Lola Cueto

Cultura

El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) recuerda, al cumplirse 41 años de su deceso, a una de las artistas mexicanas más relevantes del siglo XX, María Dolores Velázquez Rivas, mejor conocida como Lola Cueto, quien el 24 de enero de 1978, en su casa de San Jerónimo, al sur de la Ciudad de México, falleciera a los 80 años de edad.
Dada su versatilidad para dominar técnicas y géneros, así como por su defensa y uso de la tradición popular para llegar a un arte moderno, contemporáneo y propositivo, Cueto se convirtió en una polifacética artista que incursionó en la literatura, la dramaturgia, la pintura, el grabado, la elaboración de tapices con técnica de cadeneta y musgo, el arte del papel picado, las lacas y, especialmente, en el diseño y manejo de marionetas para profundizar en tareas educativas desde el teatro infantil.
Lola Cueto tomó el apellido de su esposo, el también artista Germán Cueto, con quien se casó en 1919. Sin duda, perteneció a esa generación de mujeres artistas de la segunda mitad del siglo XX que se distinguió por romper imágenes y roles sociales impuestos a la mujer: el trabajo en el hogar y el dedicado a atender a la familia. Gran parte de su labor estuvo enfocado a la clase trabajadora y a los niños.
A los 12 años de edad, María Dolores Velázquez Rivas se inscribió en la Academia de San Carlos, donde se enfrentó a un ambiente entonces constituido solo por varones. Sin embargo, luego fue la única mujer en el grupo de pintores que junto con Siqueiros formaron parte de la primera Escuela de Pintura al Aire Libre en México. Debido a la Revolución, interrumpió sus estudios por un tiempo. De 1927 a 1932, vivió en París junto con Germán Cueto, etapa decisiva en su formación y desarrollo artístico.
Lola Cueto creó una técnica para elaborar originales tapices que se expusieron en varios países, mientras que su esposo encontraría su vocación en la vanguardia de la escultura abstracta. De regreso a México, junto con un grupo de amigos, fundaron la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), con la que abrirían el arte y su enseñanza a la clase obrera.
En este grupo nacieron los primeros muñecos guiñol en México y las primeras obras, una de ellas, fundamental, El renacuajo paseador, para la cual el compositor Silvestre Revueltas hizo la música. En los años 40 retomó sus estudios y afinó sus conocimientos de grabado; realizó varias exposiciones y se convirtió en maestra de varias generaciones de alumnos en este género, entre ellos, José Luis Cuevas.
Sensible y comprometida con México y su época, Lola Cueto mantuvo siempre una gran preocupación por los niños mexicanos y por la invasión de los juguetes industrializados de plástico, por lo que dedicó gran parte de su tiempo a coleccionar y documentar las figuras y juguetes populares, pequeñas y efímeras obras de arte de las que logró captar el alma y sutileza de los artesanos.
Con su trabajo, incursionó y desarrolló el teatro de marionetas en México y creó juegos, títeres y compañías de teatro guiñol, como El Nahual, enfocados a “enseñar, alfabetizar, educar y divertir”, como decía ella misma. Hoy sus colecciones están en varios museos e instituciones del país.
Lola Cueto llamó la atención de importantes críticos de arte como Paul Westheim y de artistas como Jean Charlot. En 1979, el INBAL y el Salón de la Plástica Mexicana realizaron una de sus exposiciones más relevantes. En 2009, nuevamente el INBAL organizó una amplia retrospectiva de su obra en dos recintos, bajo el título Lola Cueto: trascendencia mágica, 1897-1978.

Cuando en 1929 sus tapices se expusieron en París, el crítico de arte André Salmerón escribió: “No interviene en lo absoluto el telar, sino una excelente máquina moderna, una máquina circular de la cual los amantes del ‘trabajo enteramente hecho a mano’ no deben tener ninguna desconfianza (…) Bajo los dedos mágicos de la señora Lola Velázquez Cueto, no es propiamente una máquina, sino una ‘herramienta’ a la que conduce tan controlada por su voluntad, según su ciencia y capricho, como lo haría con el pincel o el buril. Debe a este procedimiento una riqueza, una potencia de trama de la que ningún arte análogo había podido darnos, hasta ahora, siquiera la sospecha”.
Por su parte, en un catálogo del Toledo Museum of Art, en Ohio, se advierte: “Trabajos como los suyos nos hacen pedir una definición todavía más amplia de la tapicería que aquella que da el doctor Murray en el Diccionario de Oxford. (Lola Cueto) ha bordado sus dibujos por medio de una máquina de coser, a mano. Sin embargo, el resultado justifica los medios”.
Al cumplirse el centenario de su nacimiento, en 1997, la destacada crítica de arte e investigadora Raquel Tibol decía que Lola Cueto debía recordarse “como una de las más notables, honesta y discreta, trabajadoras culturales con las que ha contado México” y que “por la originalidad de su obra, por sus convicciones en las buenas tareas educativas, por sus aportaciones al arte popular, Lola Velázquez Cueto no debe ser olvidada”.